El mercantilista que no llora Publicado el marzo 26, 2011 por Tinejo
Los negocios, a lo largo de la realidad humana de los últimos
ocho mil años, de nuestra realidad cercana en lo antropomórfico y lo
cerebral, han venido aparejados al arte de la guerra. Y ella ha sido
provocada y soportada precisamente para controlar y monopolizar nuevos y
rentables segmentos de producción cautivadores de doblones, ducados,
terrenos o títulos nobiliarios. En definitiva, un elemento definidor ha
encauzado el entendimiento de la agresividad y aspiraciones de los
grupos a lo largo y ancho de nuestra herencia reciente: el monopolio de
la más lucrativa fuente de ingresos y, como consecuencia de lo citado,
el control absoluto y despiadado de la realidad geográfica donde se
generara dicho beneficio, así como de los individuos perdedores
encargados de producir la ganancia a bajo coste.
Resumiendo lo despiadado de la relación existencial entre colectivos a
lo largo de la Historia encontramos la respuesta que nos conduce a
comprender, más allá de nuestra imposibilidad como ejemplo hacia lo
eterno, los mecanismos que manejan el conflicto permanente en la
geografía terrestre pero, sobre todo, los límites aparejados a dicho
enfrentamiento sempiterno.
Los que componen las pesadillas
En todo caso, como decimos, los grandes héroes de la destrucción y el
aplastamiento de otros objetivos han realizado dichas imposiciones por
múltiples factores, todos ellos conducentes al control del binomio
importación-exportación, se denominara de una u otra manera a lo largo
del desarrollo macroeconómico universal. Pero todos esos emperadores,
centuriones, duques o burgueses iniciáticos implantaron su crueldad
empresarial en base al logro de beneficios sobre explotaciones reales y
cercanas, con sus esclavos o lacayos a pie de castillo.
En estos instantes de guerras no encaminadas al control territorial y
movimiento empresarial difuso e incomprensible para la mayor parte de
los mortales, la belicosidad se centra y atrae hacia la riqueza que no
entendemos. El rifle y la corbata se han asociado como el tribuno con el
mercenario, pero en una oscuridad con bombillas rotas. A partir de ahí,
centrémonos en nuestra realidad de servilismo impregnador de toda
realidad; la compra del supermercado, la entrada del partido de fútbol ó
el paquete de cigarrillos son las miserias del siervo de la gleva en
estado catatónico. No obstante, las miserias recibidas, en uno u otro
estado social a lo largo de la Historia, han sido diáfanas en lo que
respecta a su producción u origen, hasta nuestros días. En efecto, la
actualidad mercantilista ha creado una nueva raza de ejecutores masivos
de órdenes y sistemas que reciben a cambio su salario azucarado desde
sombras y lejanías que les permiten no reflexionar sobre ese punto de
inicio.
Invirtamos el protagonismo de los actores que dan y reciben el
mercadeo de nuestros tiempos para sonrojarnos de verdad. Exigir
moralidad a la masa receptora de las limosnas generadas es como rogar a
un tigre que lama y ronronee en lugar de morder y devorar; por el
contrario, los acaparadores de los resortes productivos ya no van a cara
descubierta, no se enorgullecen de sus triunfos y logros. Por el
contrario, conscientes de su indignidad a la hora de fomentar y expandir
este sistema de éxito en negro, movilizan a sus ejércitos sin hombres
ni armas, desde la lejanía de sus sistemas financieros que se enrevesan
en función de cada complicación que deben preparar para ir escapando de
las respuestas exigidas. Así, clavan sus lanzas y asaltan las fortalezas
desde sus torreones de pocos metros cuadrados, día tras día, noche tras
noche. Y en esas mínimas jornadas de descanso que se permiten los
generales del capitalismo, los denominados mercados financieros, ellos
también duermen. Y sueñan. Lo que cabe preguntarse, aterrados desde
nuestras chozas cada día con menos paja y más barro o estiercol, es si
son conscientes, ausentes de cualquier orgullo cercano frente a la
sangre y la muerte de sus contricantes, francotiradores con la diana
disfrazada, del sufrimiento que generan cada segundo. Vencer a pecho
descubierto y, a partir de clavar la bandera y la lanza del triunfo,
exigir tributo y pleitesía, es lo que viene soportando nuestra especie
desde la aparición fortuita de la llama combustiva y existencial.
Masacrar con la cobardía del anonimato de la víctima es el resultado de
la especialización financiera y económica del capitalismo, es como
lanzar misiles inteligentes en nombre de los derechos humanos de las
bestias pardas. Esos mercados que tanto hacen tambalear nuestro destino,
el de la colectividad trabajadora reunida en torno a Estados frágiles y
cobardicas, están compuestos por seres vivos que, tras afilar los
colmillos y saltar sobre las presas, llenan arcas y, a su vez,
cementerios y barras de bar. Producen tristezas, dramas y tragedias. Son
hombres y mujeres que no salen al campo de batalla a batirse para
generar su logros a cara descubierta, sino fantasmas que expanden su
capacidad de rendimiento a costa de inversiones de temor y desconcierto.
Tienen hijos, inmuebles, y comen y cenan con amigos y familiares.
Cada día tantos mueren y se sacrifican como soldados caídos en
proporción a los ceros que logran con un sistema guerrillero de
estrategia especulativa, no bélica. Hacen lo mismo que nosotros y,
alguno, estamos convencidos, suelta una lágrima por su mezquindad
histórica, por su bajeza evolutiva. Triunfan a costa de ampliar su
sombra siniestra, pero tienen carne y hueso que se degrada como la
nuestra. A costa de la nuestra.